¿Vivir alejado de tu pasión? /// Estudio Lorna Gil

Erase una vez una chica, que se llamaba Celia, que vivía en una ciudad cualquiera, de un país cualquiera, que soñaba con viajar por espacios naturales desconocidos para la mayoría de los mortales.

Tenía tal espíritu de aventura, que le era imposible imaginarse vivir el resto de su vida en el mismo lugar.

Soñaba día y noche con marcharse de su pequeño mundo. Planeaba viajes  a los que  les ponía fecha de partida pero no de retorno. Y se decía así misma: «Cuando tengas X años iré a conocer…..» «Y antes de que conozco a mi alma gemela, habré visitado más de X lugares».  Pasaba horas y horas de su tiempo libre, en tiendas de viajes. Y en los últimos meses había acumulado mochilas para viajes largos, para escapadas cortas, para países calurosos o extremadamente gélidos, plegables o que se convertían en tiendas de campaña. Tenía todos los armarios de sus casa, hacinados de mochilas de todos los tipos, vacías y a la espera de aventuras.

Ella no soñaba con viajar a Viena o Estambul. Soñaba con ir a lugares recónditos y desconocidos donde conocer tribus antiguas y sabías.

Le apasionaba la idea de conocer sus animales y flores, y la sabiduría de los habitantes y su adaptación al entorno.

Pero cuando llegaba la fecha de irse, algo le impedía ponerse las botas y dar el primer paso. 

Sufría mucho por ello, porque sabía que eso le haría genuinamente feliz, pero no podía, algo le mantenía incapaz de dar un paso.

Así estuvo muchos años en su paisaje conocido, aburrida de ver siempre lo mismo. Un día, algo maravilloso pasó, conoció un chico el que compartir su más ardiente pasión de viajar a lugares desconocidos. Pasaban tardes hablando de cómo sería descubrir tribus completamente adaptados al desierto. O viajar con los esquimales para aprender cómo vivir en el frío más absoluto.

«La vida auténtica», lo llamaban ellos.

Pero un día, Celia, descubrió que su mejor amigo de aventuras en el aire, tenía un secreto. Surgió al preguntarle inocentemente; Si él había intentado alguna vez viajar a algún lugar exótico. Después de un incómodo silencio. El le confesó que sí, había viajado, muy joven, precisamente a conocer los esquimales, los osos polares y las focas.

Se había quedado atrapado en un agujero en el hielo, pensando que se iba a morir congelado sin que nadie oyera su llamada de auxilio en ese desértico paisaje helado.

Cuando fue rescatado, tras pasar unas fiebres muy altas, decidió volver a casa. Y ya nunca más pudo regresar.

Aunque echaba muchísimo de menos a los esquimales, el solo recuerdo le hacía temblar de miedo o de fío, no sabía bien. Desde aquella experiencia, no había podido volver a viajar a ningún lugar.

 

La aventura del Polo

Después de esa conversación, pasaron unos días hasta que se volvieron a ver. Celia se presentó en la puerta de su amigo con una mochila y dos billetes para el Polo Norte. En seguida, su amigo, llenó su mochila de la ropa imprescindible para el frío y cerró la puerta de su casa con determinación.

La aventura que vivieron superó todas sus expectativas, sobre todo las de Celia, para la cual era su primera vez. Junto a los esquimales, compartieron un feliz reencuentro y lo más importante, aprendieron la técnica que haría que el riesgo de caer en un agujero de hielo, no pudiera pasar nunca más. Algo que sabe todo esquimal, pero que el amigo de Celia, no había tenido tiempo de aprender la primera vez, al salir corriendo tras recuperarse de las fiebres.

Después de ese gran viaje, cada temporada larga,  Celia y el que ahora era su marido, viajaban al Polo para reunirse felices con sus amigos los esquimales. Y el recuerdo del agujero en el hielo desapareció para dar lugar a más dominio y disfrute de aquel bello y armonioso entorno polar.

Los años pasaron y la familia creció, aunque la aventura siguió en las vidas de nuestros protagonistas, colmando su vida de felicidad como sólo las grandes pasiones pueden colmar una vida.

El consejo de Celia y su marido.

A veces una pasión ha podido producirte dolor fruto de la inexperiencia y puedes pensar que alejarte de tu pasión es la solución al dolor. El miedo también puede mantenerte paralizado ante un peligro que no lo es.

Con el tiempo descubres que  vivir alejado de tu pasión es más doloroso, que el dolor que te hizo alejarte de ella. Y que el miedo es bueno para evitar según que peligros, aunque hay que superarlo, con pequeños pasos adaptados a ti.

Usa tu experiencia para mejorar todavía el disfrute de tu pasión.

¡Vuelve a vivir apasionado por la vida!

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