El ballet Giselle pertenece a una época en el que el público estaba habido de historias del más allá. Espíritus, hadas, todo lo que fuera intangible, leyendas y mitos, llenaban los teatros.
Para el ballet fue la forma en la que las zapatillas de puntas se instalaron definitivamente en la vida de las bailarinas. Que mejor manera para representar un ser etéreo, inmaterial, que casi no toca el suelo, que bailar sobre las puntas.
Giselle era una adolescente inocente a la que la vida le presenta un reto imposible de superar. Ella es una campesina que vive junto a su madre viuda. Es una niña frágil pues nació con un corazón débil. Tiene un pretendiente sencillo, un leñador, que la quiere de verdad, pero se va a cruzar con un hombre que aunque la ama no tiene el valor de defender su amor.
Ese hombre es un Duque, está prometido con una mujer de alcurnia, una princesa. Es dueño del territorio donde vive Giselle y tiene ansia por conocer la vida, encontrar su libertad. Decide ir de incógnito por sus tierras, vestido como cualquier hombre, sin su espada, sin su sirviente. Y ese día se va a cruzar con su destino, con Giselle. Se va a encaprichar de ella y para conquistarla el Duque le promete amor eterno.
El pretendiente de Giselle, le advierte; no es quien tu crees, te está mintiendo. Pero Giselle no lo puede creer. El la ama, se lo ha prometido. Giselle ni si quiera puede dar valor al mal presagio que vivió junto a su Duque.
Una escena mítica del ballet, que muchas de nosotras repetiremos, deshojar una margarita; Me quiere, no me quiere, me quiere, NO ME QUIERE. El Duque está rápido cuando ve el resultado que va a dar y le quita un pétalo para calmar el corazón de Giselle, para seguir con el engaño. ¡ME QUIEREEEE!
El leñador para demostrar a Giselle que siempre le ha dicho la verdad , llama con el cuerno a la comitiva del Duque que está de cacería. En ella también se encuentra su prometida, la princesa. Giselle entra en shock, su promesa de amor se ha roto, delante de sus ojos está la otra. El duque actúa como si no la conociera para que su prometida no pueda darse cuenta del engaño. Está impávido, mientras a ella se le rompe el corazón.
Y después de toda una escena de locura protagonizada por una niña con el corazón roto, se desploma en el suelo, muerta.
Tutus blancos y espíritus de bosques encantados.
Giselle es enterrada en el bosque junto al pueblo, todos saben que está encantado y que por la noche pertenece a todas aquellas mujeres que han muerto antes del matrimonio. Las Willis. Todos los hombres lo saben, la tienen tomada con ellos, quien se adentra en el de noche, corre el riesgo de morir de agotamiento. ¿De agotamiento? El poder de las Willis es obligar a sus víctimas a bailar y bailar sin parar hasta la muerte por agotamiento.
El Duque lo ha perdido todo, no tuvo el valor de defenderlo y le matan los remordimientos, quiere ir a llorar a la tumba de Giselle, quiere pedirle perdón. Aunque es el leñador quien primero se adentra en el bosque en la noche para ir a la tumba de Giselle, cuando entra el duque con un enorme ramo de flores, las preferencias de las willis por aplicar su venganza cambian, será el Duque quien caerá bajo sus garras.
El espíritu de Giselle aparece junto a la tumba mientras el Duque está postrado de rodillas, llorando, lleno de arrepentimiento.
Aquí no hay lugar para el amor, el resto de espíritus de jóvenes mujeres dolidas, traicionadas, se aparecen, y van a por él.
Giselle, le ama e intenta pedir clemencia, protegerle, pero el ya está bajo el encantamiento de las Willis y su cuerpo, baila, salta, gira sin que el pueda hacer nada para remediarlo.
Solo podría salvar su vida si sale el sol antes de que él muera. Pero ni el amor más grande puede adelantar la salida del sol. El duque yace inconsciente en el suelo y está a punto de morir, y cómo esto es un cuento, el primer rayo de luz del sol aparece, desapareciendo las Willis. Aún vivo el duque puede salir del bosque no sin antes dejar su ramo sobre la tumba de la que amo y traicionó.
El ha salvado su vida, Giselle le ha perdonado, la verdadera magia ha ocurrido.
Coreografía: Jules Perrot y Jean Coralli
Música de Adolphe Adam
Libreto: Théophile Gautier y Jules-Henri Vernoy, basado en la obra De l’Allemagne (1835) de Heinrich Heine
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